5 may 2010

Amor Humano - Capítulo 2

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Summary: Rosalie Hale se va a casar con Royce King, mientras Emmett sufre en silencio por la rubia que desconoce su existencia. Pero ¿es Royce el hombre para Rosalie? Emmett/Rose.
Disclaimer: Los personajes, así como la historia base de Rose/Royce son de Stephenie Meyer; que Emmett viva en esa época es mío (Y Emmett es mío también).











2


(Rosalie) 


Era el año 1933 y faltaba una semana para mi boda con Royce King II. El sastre tomaba las medidas finales y me hacía voltearme a un lado y al otro para observarme desde distintos ángulos. De todos él acababa teniendo la visión de que lucía hermosa. Sabía que era cierto, pero era obvio que él no daría otro veredicto cuando había sido él quien había diseñado el traje.
Me miraba en el espejo y descubría a la princesa que siempre había soñado ser, con mi traje blanco acariciando mi cuerpo, recogiendo mis senos y rozando con delicadeza la piel virginal. Los bucles que aquel día llevaba en forma natural cayendo como cascadas en mi espalda. Era la imagen que siempre había soñado, con una excepción que parecía arruinar el retrato: no había una sonrisa que formaran los labios rojos y carnosos. No se atrevían, porque jamás me había caracterizado por ser hipócrita. Siempre supe que sólo debía sonreír cuando me sentía feliz.


(Emmett)

Eran las cuatro de la tarde y yo estaba frente a Royce King II mirándolo a los ojos sin que sus cristales azules me intimidaran. Todo me sabía a la mismísima mierda.
—Así que creíste que podrías arruinar mi boda aliándote con mi hermana… Bastardo —dijo moviendo los hombros como si quisiera que entráramos a un campo de batalla. Yo seguía de pie con los brazos a los lados escuchándolo como si fuera una madre regañona —. ¿No me vas a decir nada, maldito bastardo? ¿No me vas a negar que quieres impedir mi boda?
­—No —dije sereno y sin mover mi cuerpo. Lo seguí  mirando a los ojos hasta que fue él quien desvió la mirada, echó hacia atrás y con la cara roja de furia se acercó a mí y me empujó. Por contextura, podía tumbar a Royce en el suelo soplando a su lado, por lo que él apenas me movió. Me aclaré la garganta y respiré profundo —…No quiero dañarte la cara para cuando salgas en el periódico como “El soltero más codiciado”, porque te quedarás soltero, Royce.
—Primero tú te mueres antes de que yo quede soltero. ¿Quisieras apostar McCarthy?
—¿Eso es para ti? ¿Una maldita apuesta que perderás? Se nota que no te interesa Rosalie en lo más mínimo, dime algo… ¿cuál es su color preferido?
—No lo sé, maldita sea, no me cambies el tema… —su cara se tornaba más roja cada vez y las venas de sus brazos parecían a punto de estallar —. Además, tampoco tú sabes eso.
—No, porque no la conozco, por lo que no puedo saber cosas de ella.
­—¿No tienes un afiche de su cuerpo desnudo en tu cuarto y con él te… inspiras? —se burló. No cambié la expresión, sólo lo seguí mirando aparentando estar aburrido —. Eres un desgraciado, ¿por qué no puedes ser feliz con mi felicidad?
Dio dos pasos y me miró con una sonrisa malévola, de medio lado, como si estuviese a punto de…
—Ya verás —dije justo después de que el escupitajo me cayera en una mejilla. Avancé y lo tomé por la camisa de lino, lo alcé con facilidad hasta que sus pies flotaran en el aire —. Merecerías que te diera una patada por el estómago, imbécil, pero no te daré el lujo de morir. No, quiero que vivas y te quedes soltero, anciano y desgraciado, como lo que eres.
Lo dejé caer con rudeza haciendo que quedara en el suelo. Avancé sin mirar atrás y dejé al que ahora se haría la víctima en el centro de la plaza. Ya podía anticipar las noticias del día siguiente. Todas me señalarían como el culpable de moretones y heridas que no le había causado a Royce, pero que él haría ver como hechas por mí cuando había tenido una pelea en un callejón la noche anterior, cuando debía haber estado con Rosalie.
Al llegar a mi casa me acosté en el sillón de la sala, mis padres estaban trabajando y yo estaba solo. Miré una botella de tequila y la tentación me llamó. Había sido tal vez el peor día en muchos años, había perdido cualquier chance con Rosalie Hale por medio de Dana cuando Royce había entrado a la casa de Vera y yo estaba en el umbral de la casa de Dana.
Me levanté del sillón y decidí tomar refresco para evitar el alcohol, nada ganaría emborrachándome esa tarde.
En la cocina encontré la invitación a la boda “del siglo”, recibida hacía más de tres semanas. Estaba invitado a la maldita boda y ni siquiera podría ir a decir que me oponía. Había perdido todas —que no eran muchas — oportunidades en un solo día.
Aunque aún podría aparecerme en la boda pero me sentiría descarado y un idiota, sería rebajarme, rogarle a Royce por una amistad que no necesitaba. No necesitaba en lo más mínimo.
Nunca me había gustado ser su amigo, y pensar que lo éramos desde la infancia; pero siempre había sido igual. Él se hacía llamar el líder o algo así y le fascinaba ver que todos lo obedecíamos y dábamos la razón aunque no la tuviera la mayoría de las veces, pero era como si tuviese un imán para atraerte y hacer lo que él quisiese. Maldito bastardo.
Hoy habría una gran noche de borrachera en nombre de Royce King II, sería el inicio de una despedida de soltero que duraría una semana, hoy iniciaba porque llegaba el tal John de Atlanta, un amigo nuestro de la infancia, siempre fue el mujeriego del grupo —incluso le ganaba a Royce —, había tenido en una oportunidad tres chicas a las que llamaba descaradamente “la única”, sí, a todas las llamaba igual y se habían dado cuenta una noche que Royce y yo las habíamos citado a las tres a la misma hora en el mismo lugar, era el día de los Inocentes y pensamos que sería una buena broma para John, por supuesto nos salió todo mal y el hombre terminó teniendo una orgía con las tres. Desde esa vez aceptamos el hecho de que él era simplemente mejor que nosotros.
Salí de la casa molesto al recordar que nunca nada me había salido bien, resultaba tan frustrante ser yo, Emmett McCarthy, el hombre al que nada le sale como quiere, porque no era que las cosas no me salieran bien, era que no me salían como quería.

(Rosalie)

Estaba en casa de Vera jugando con Henry, mientras le contaba a Vera sobre mi futura boda.
—No sonríes ni una vez al hablar de la boda.
—Sí lo hago —traté de mentir. Pero los valores morales que mis padres me habían inculcado me impedían ser una buena mentirosa.



—Rosalie eres tan buena mentirosa como cocinera.
—Yo sí sé cocinar.
—Quemar no es cocinar —se burló Vera haciéndole cosquillas a Henry.
—Sólo quiero tener una familia como la tuya —pensé pero no llegué a decir mirando la pobre casa que era un rico hogar.
—Tal vez debas irte Rose, es tarde —sugirió mi amiga mirando por la ventana. Le hice caso, me levanté del sillón y el amable esposo de Vera me ofreció mi sombrero.
Me lo coloqué con ayuda de Vera, que apretó los alfileres con delicadeza, siempre se había caracterizado por saber hacer de todo, nunca me quitaba el sombrero si no tuviese quien me lo colocara de nuevo. Sonreí y me dirigí a la puerta.
Me despedí de la feliz familia en el umbral. El pequeño Henry sonreía mostrando sus hermosos hoyuelos y cuando el esposo de Vera la abrazó por un lado, sentí un nudo en mi estómago, unas inmensas ganas de llorar, como si estuviese convencida de que yo nunca luciría así junto a Royce, y ahora cuando me imaginaba a mí misma feliz, un hormigueo recorría mi vientre y veía de nuevo esos ojos marrones que juraba haber visto en algún sitio más que en mi sueño.
Comencé a caminar y noté entonces que la noche estaba oscura, el invierno apenas comenzaba por lo que aún los faroles estaban apagados ya que estábamos acostumbrados a los días más largos, aceleré el paso pero no parecía ser lo suficientemente rápido. Nunca me había sentido tan paranoica, nunca había tenido la sensación de que en verdad algo malo iba a pasar, pero el sentimiento no abandonaba mi corazón que palpitaba como mil tambores y mi estómago que se había hecho un nudo, mientras mis pies parecían no avanzar de un sitio. Miraba a todos lados, entre cada callejón pero nada parecía realmente amenazador.
Rose.
Sentía que el viento susurraba mi nombre y el maullido de los gatos me aterraba. Mi casa nunca había parecido estar tan lejos.
—Ahí está mi Rose, nos hiciste esperar demasiado, estamos helados…
Y mi corazón tomó la temperatura que decían tener sus cuerpos y pedí a Dios que nada los lograra calentar. Tragué en seco y me di cuenta de que tenía razón, algo terrible estaba a punto de suceder. 



Robin Wolfe

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